El misterio del perdón

Autor: Walter Turnbull

 

 

El perdón es algo absurdo para el hombre material. Sólo a Dios se le pudo ocurrir, y sólo Dios, y el hombre que se une a él, lo pueden alcanzar.

Jesús nos invita al perdón. Más bien nos lo exige: «Si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes» (Mt 6, 15). Perdón para el enemigo, para el torpe, para el poco agraciado, para el molesto, para el malhechor... incluso para la pareja y para el hijo y para el padre.

El perdón es, ciertamente, algo curioso. Choca con nuestro sentido de la justicia y de la lógica. Parece absurdo y parece inequitativo. Como humanos quisiéramos que el pecado nunca quedara sin castigo. En el antiguo testamento y en las culturas sin revelación, el perdón en el hombre difícilmente se concibe. El hombre, si acaso, aspira a la justicia. Ojo por ojo y diente por diente parece ya de por sí una meta bastante lejana.

Pero lo que es imposible para el hombre es posible para Dios. Dios, en varias ocasiones, perdona a su pueblo y Cristo en la cruz perdona a sus asesinos. El perdón sólo se puede entender por el amor insondable y el poder infinito de Dios: más que una acción, más que un mandato, el perdón es un misterio. Sólo a Dios se le pudo ocurrir, sólo en Dios se puede comprender, sólo lo puede practicar Dios... y el hombre que se une a Dios por el Espíritu. Para las puras fuerzas humanas y su pura inteligencia, el perdón es algo inalcanzable.

Satanás, «como un león rugiente», tiene guerra declarada contra Dios y contra el hombre; pretende sembrar la discordia entre los hombres, y entre los hombres y Dios. Su meta es la separación, el egoísmo, la soledad, el rencor.

Cuando, por inconciencia o por malicia, inspirado por el demonio, un hombre ofende a otro, el otro quiere revancha. Si lo logra, se siente vencedor, se siente victorioso, se siente realizado. Si no lo logra, se queda resentido. En realidad, ambos han perdido. El vencedor ha sido el demonio, que los ha utilizado y los ha dominado a los dos y ha logrado la división. En una guerra nunca gana nadie. Una victoria parcial nos conduce a una derrota total.

Cuando un hombre ofendido, obedeciendo a Dios, pide fuerzas para otorgar el perdón, entonces Dios interviene, la herida se sana y la unión se perfecciona. El enemigo hombre desaparece y el verdadero enemigo es derrotado. El hombre que perdona a su ofensor vence su tendencia al mal, y, en lugar de superar a su contrario, supera su condición de ser para la muerte. Lo que Jesús llama vencer al mal con el bien.

Jesús quiere nuestra unión. «Que sean uno como tú y yo somos uno. Así seré yo en ellos y tú en mí, y alcanzarán la perfección en esta unidad» (Jn 17, 22-23).

Ilógico como parece, el perdón es necesario; es el acto más radical del hombre en el camino de asemejarse a Dios. Sólo en la unión con Cristo es posible el perdón, porque, después de todo, sólo en la unión con Dios se cumple el propósito del hombre.


Fuente: elobservadorenlinea.com