Vivir la Navidad
Autor: Pbro. Justo López Melús
Dice un escritor que Francisco de Asís, con el invento del Nacimiento o Belén, enseñó más teología que muchos teólogos con sus gruesos volúmenes.
«Si el rey fuera mi amigo le había de pedir y aconsejar que, por amor de Dios y también por el mío, publicase una ley especial en virtud de la cual todos los años, en el día solemne de Navidad, todos los hombres quedaran obligados a esparcir por los caminos gran porción de trigo, para que las alondras y otras avecillas tuvieran qué comer en día tan solemne. Si el rey fuera mi amigo, quienes poseen bueyes y asnos tendrían el deber de lavarlos con agua tibia y deberían darles doble ración porque esta noche nació Dios en un establo. Y también que todos los ricos estuviesen obligados en dicho día a saciar con sabrosos y exquisitos manjares a los pobres de Cristo». Según este espíritu, la Navidad es una fiesta que nos grita que hemos sido objeto de un Regalo maravilloso, que vamos al encuentro de un gran Aguinaldo y que debemos compartir la alegría con todos, y convertirnos en hombres que han recibido un Regalo, en hombres que regalan.
Navidad es tiempo de espera y esperanza. En los campos de concentración a veces corría el rumor de una pronta liberación. Si no llegaba, la espera se convertía en angustia. Por el contrario, nuestra esperanza es cierta y, no obstante la tensión, nos hace tranquilos, abiertos, magnánimos, bondadosos. Todos nos sentimos mejores. La bondad aumenta en nosotros y la regalamos.
Algunos teólogos franciscanos antiguos sostenían que, aunque no hubiera habido pecado, se habría encarnado el Hijo de Dios para ser la Flor del Universo, el Pimpollo de la Creación. Su nacimiento sería como condensación, cima y culmen de todas las bellezas. Así lo expresa bellamente Teilhard de Chardin: «Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la esperanza inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos, y la perfecta organización jurídica de los romanos, para que sobre el árbol de Jesé y de la humanidad pudiese brotar la Flor. Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente necesarias, para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana».
Además de bondad, la Navidad nos trae también humildad. La basílica de Belén no tiene portada, sólo una puerta estrecha y baja, y es necesario agacharse para entrar. Para llegar al Nacimiento hay que humillarse, como Dios se humilló. Unamuno lo expresó poéticamente:
«Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad,
vuélveme a la edad aquella,
que vivir era soñar».
Fuente: elobservdorenlinea.com