Yo tuve la mama mas mala del mundo

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Yo tuve la mamá más mala del mundo. Mientras que los otros niños podían irse a la escuela sin desayunar, yo tenía que comer todo el cereal, el huevo y el pan tostado. Cuando los demás niños tomaban refrescos y dulces para el almuerzo, yo tenía que conformarme con comer siempre comidas nutritivas.

Pero yo no era la única que cargaba con este sufrimiento. Mi hermana y mis dos hermanos tenían la misma mamá mala que yo tenía. Mi madre insistía en saber todo lo que hacíamos y dónde estábamos; parecía que estábamos encarcelados. Tenía que saber quiénes eran nuestros amigos. Insistía en que, si decíamos que íbamos a tardar una hora, de hecho tardáramos una hora y no dos.

Cada vez que queríamos hacer las cosas a nuestra manera, nos castigaba. ¿Pueden imaginarse pegarle a una nenita sólo porque desobedece? Ahora pueden darse cuenta lo mala que era mi mamá. Lo peor es esto que les voy a contar: Teníamos que estar en la cama a las 9 p.m. y levantarnos temprano al día siguiente. No se nos permitía dormir hasta el medio día, como a nuestros amigos, así que mientras ellos dormían, mi mamá tenía el valor de despertarnos para trabajar. Rompió la «ley contra el trabajo de los niños menores», e hizo que laváramos los trastos, tendiéramos nuestras camas, que fuéramos por el pan y las tortillas y muchas cosas más; hasta creo que se quedaba despierta por la noche pensando en las cosas que podría obligarnos a hacer, tan sólo por molestarnos: que lávate los dientes, cepíllate el cabello, respeta a los mayores, obedece...

Siempre insistía en que dijéramos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Así, entre tanta crueldad, transcurrió mi infancia. Para cuando llegamos a la adolescencia y fue más sabia, nuestras vidas se hicieron aún más miserables. Nadie podía tocar el claxon para que saliéramos corriendo; nos avergonzaba hasta el extremo de obligar a nuestros amigos a llegar hasta la puerta de la casa para preguntar por nosotros. Después de los quince años nos dejaba ir a las fiestas de la escuela y a la Iglesia solamente. Mi mamá era un fracaso total como mamá.

Pasaron los años y resulta que todos sus hijos somos felices. Hemos sabido superar las dificultades de la vida y desarrollar magníficas relaciones tanto en la familia como en la Iglesia y en nuestros trabajos. ¿A quién debemos culpar de nuestra situación actual? Tienen razón: a nuestra «mala madre».

Hemos descubierto que nuestra «mala madre» es, en realidad, la mejor del mundo. Gracias a ella mis hermanos y yo nos hemos propuesto continuar el camino trazado por Jesús.

Estamos tratando de educar a nuestros hijos como lo hizo nuestra madre. Estoy llena de orgullo cuando mis pequeñitos me dicen que soy «mala». Sonrío recordando mis propios arrebatos de cólera y le doy gracias a Dios por haberme dado a la «mamá más mala del mundo».

Si la madre de ustedes fue o es tan mala como la mía, ¿no creen que deberían expresarle su más profundo agradecimiento?