¡Cuánto me quiero!

Autor: P. Clemente González 

 

 

La historia que voy a contar también te pudo ocurrir a ti. Sucedió en una de tantas escaleras que hay en los pisos de nuestras ciudades. Llegó Roberto y llamó a la puerta de la casa de su novia.

—¿Quién es? —preguntó una voz femenina.

—Soy yo

Pero nadie abrió a Roberto que, un poco enfadado, volvió a insistir:

—Soy yo, Roberto. ¿Me vas a abrir?

Tampoco se movió la puerta tras el segundo intento. El joven soltó una patada y se fue. Al día siguiente, más calmado, regresó a la misma escalera del mismo piso y recibió más de lo mismo. ¿Por qué no le abría? Repitió una y otra vez hasta que cambió la respuesta:

—¿Quién es?

—Soy tú

Ir de novios es toda una escuela, aunque empiece en la entrada de una discoteca. Los protagonistas son dos: un “yo” y un “tú”. Podemos afimar que toda relación tiene origen en un sentimiento de atracción. Puede atraer lo físico (los ojos, el pelo, etc.) o algo más “espiritual”, como la simpatía o algún otro valor humano. ¿Y luego? Luego el “yo” busca ser correspondido, quiere llamar la atención del “tú”. Hay todo un lenguaje para eso. El otro también puede sentir una atracción hacia el “yo” primero, ya sea porque también encuentra un atractivo o porque le gusta que le quieran.

Me parece que podemos pasar al siguiente capítulo, que titularemos: “Vamos a salir juntos”. A unos les gusta hacerlo a escondidas, por lo que añade de emoción. Otros lo publican en la prensa o en las paredes más visibles de la ciudad. “Romina, ti amo” dice con grandes letras una de las calles de Roma. ¿Y ahora qué? Ahora empieza la gran aventura para dos jóvenes, la de conocerse. Al principio suele ir todo bien. Es importante conocer bien al “tú”, en su grandeza y en sus defectillos, que los tendrá, porque el “tú ideal” no existe ni en los cuentos. 

A continuación llega la parte más difícil, donde se juega el futuro de esa relación. Pasar del “yo” al “tú”, como en la historia del principio. Se trata de dejar al margen las emociones o sentimientos que me produce el “tú” y mirar hacia la felicidad del otro. Decía que es lo más difícil porque muchos van adelante por el provecho que sacan, no por el auténtico amor hacia la otra persona. Todos esos jóvenes están disfrazando el amor, porque en realidad tendrían que decir: ¡Cuánto me quiero!.

Los obstáculos del amor de pareja son muchos. Hay quienes “salen” para quedar bien ante el grupo de amigos. A otros les mueve el placer o la excitación que les provoca la otra persona. Son peligros reales, que hay que afrontar.

Acabo de leer algunos hechos de personas que son capaces de vender su soltería por cuatro caprichos. Un anciano se casó con una joven actriz a cambio de 50 mil pesetas, para que ella pudiera conseguir su nacionalidad italiana. En una revista inglesa leí hace tiempo una página de anuncios en los que jóvenes empresarios buscaban “una esposa” (¡qué horror!) para poder ascender de cargo. A cambio, eso sí, de un pisito y un sueldo mensual.

El amor se compra, se vende, se disfraza, se usa, se tira, se juguetea con él. ¿Dónde está el auténtico amor?