No estás solo

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

  La madre: “¿Sabías que Dios estaba presente cuando cogiste esa galleta de la cocina?”
El niño: “Sí”.
“¿ Y sabías que te estaba viendo?”.
“Si”
“¿Y qué crees que te estaba diciendo Dios?”.
Me decía: “No estás tú solo; estamos los dos. De modo que coge dos galletas”.


Hay personas conscientes de la presencia de Dios en sus vidas.
César Chávez fue un cristiano que llevó a Dios y a los hermanos muy dentro. A los 10 años tuvo que emigrar, como consecuencia de la gran depresión de los años 30 y trabajar en granjas de otras personas. Nunca terminó la escuela secundaria, pero sí a prendió desde niño a sentir como suyos los sufrimientos de otros trabajadores. Como sindicalista, se preocupó porque el mundo supiera de los malos tratos a los trabajadores agrícolas indocumentados en Estados Unidos.

El sindicato llenaba la vida de Chávez. La misión del sindicato, decía, es como un esfuerzo “para aumentar su conciencia, crear hermandad, dedicación a la lucha y compromiso con la no violencia”. Y sin violencia, con mucho compromiso y amor, denunció con constantes huelgas de hambre las terribles condiciones de vida en las que vivían los trabajadores indocumentados mexicanos.

Chàvez fue amado por todos sus seguidores y respetado por los enemigos. Fue, sin duda, un gran hombre. Robert Kennedy dijo de él que era “una de las figuras heroicas de nuestro tiempo”. El ex gobernador de California Jerry Brown, que trabajó con Chávez, dijo: “Probablemente César Chàvez es el líder sindical más importante que haya tenido este país desde la II Guerra Mundial”.

Lo cierto es que este hombre de bien, dedicó su vida para que miles de trabajadores agrícolas gocen de la dignidad que les corresponde por ser seres humanos. Y lo logró, porque sabía que no estaba solo, que tenía la fuerza de Dios para poder repartir no sólo los panes, o “las dos galletas” que había recibido, sino para que otros respeten la dignidad de los hermanos.

“Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Y añadía Mons. Romero: “Desde ya, ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador”. Chávez pudo llevar una vida tranquila, despreocupada, pero prefirió complicarse hasta dar la última gota de su sangre en la tarea de “crecer en hermandad”, mejorando la vida de sus hermanos inmigrantes.