No preguntes. ¡Comparte!

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

  Estaba pacíficamente sentado un derviche a la orilla de un río, cuando un transeúnte que pasó por allí, al ver la parte posterior de su cuello desnudo no pudo resistir la tentación de darle un sonoro golpe. Y quedó encantado del sonido que su golpe había producido en el cuello del derviche, pero éste se dolía del escozor y se levantó para devolverle el golpe.

“Espera un momento”, dijo el agresor. “Puedes devolverme el golpe si quieres, pero responde primero a la pregunta que quiero hacerte: ¿Qué es lo que ha producido el ruido: mi mano o tu cuello?

Y replicó el derviche: “Responde tú mismo. A mí, el dolor no me permite teorizar. Tú puedes hacerlo porque no sientes lo mismo que yo”.


Anthony de Mello


El dolor, cualquier clase de sufrimiento, no permite teorizar. El que sufre, o se queda en silencio o grita. La Biblia nos muestra al pueblo gritando ante el faraón para obtener el pan, y los profetas siguen gritando contra los tiranos.

Jesús anunció a sus discípulos que El mismo tenía que sufrir: “El Hijo del Hombre debe sufrir mucho” (Mc 8.31). Desde pequeño se familiarizó con el dolor. Sufrió a causa de la muchedumbre incrédula, fue desechado por los suyos, conoció la negación de Pedro y la traición del otro discípulo. Pero fue en la pasión donde se concentró todo el sufrimiento, hasta sentirse abandonado por su Padre Dios (M. 27.46). El “Siervo de Yahvé” sudó sangre y suplicó con lágrimas en los ojos que el Padre le apartase el cáliz.

La humanidad sigue sufriendo. La cruz sigue siendo para muchos escándalo, locura maldición. El dolor es un misterio que no exige explicación o comprensión, sino aceptación.

El cristiano tiene que encajar las contrariedades, las cruces, como el Maestro. El papel de los cristianos no es comer, sino ser comidos (Bernanós). Es la finalidad del trigo y la de todo creyente, para que haya fruto en abundancia.

Al que sufre, no se le hacen preguntas. No. Hay que solidarizarse con él y compartir el dolor como muestra de que se ha acercado uno también al Otro: a Dios.