La oración del martillo

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

    Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac de Ger y le dijo: “No sé qué hacer con mi oración de la mañana. Mis clientes son personas pobres que no tienen más que un par de zapatos o se los recojo a última hora del día y me paso la noche trabajando; al amanecer aún me queda trabajo por hacer si quiero que todos ellos los tengan listos para ir a trabajar. Y mi pegunta es: ¿Qué debo hacer con mi oración de la mañana?”

“¿Qué has venido haciendo hasta ahora?”, preguntó el rabino.

“Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi trabajo, pero eso me hace verterme mal. Otras veces dejo que se me pase la hora de la oración, y también entonces tengo la sensación de haber faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un zapato, casi puedo escuchar cómo mi corazón suspira: “¡qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la mañana…!”

Le respondió el rabino: “Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración”


Anthony de Mello



El trabajoso tiene que estar separado de la oración, ni la oración del trabajo. Si redujéramos toda nuestra relación de amor con Dios solamente al cuarto de hora que rezamos u oramos, nuestra vida espiritual sería muy pobre. No. El cristiano dondequiera que esté, estará unido y en presencia del Amado. A través del trabajo, el cristiano se auto realiza y está al servicio del reino de Dios y de los hermanos.

El trabajo aparece en la Biblia como un castigo impuesto por Dios a Adán; surge, además, como una obligación para no ser gravoso y poder alimentarse. Es necesario ver también en el trabajo el medio por el cual vamos construyendo una nueva humanidad, con seriedad, empeño y competencia, desarrollando todas las capacidades de servicio que están a nuestro alcance.

“Muchas cosas se han escrito en loor del trabajo, y todo es poco para el bien que hay en él, porque es la sal que preserva de la corrupción a nuestra vida y a nuestra alma” (Fray Luis de León).

N debemos trabajar, pues sólo para ganar el pan o tener unos ahorros más. No. Con nuestra faena diaria somos creadores que estamos haciendo posible el milagro de la multiplicación de los panes, porque Dios está presente cuando alzamos nuestro martillo y escuchamos los suspiros de nuestro corazón.

“Haz prosperar, Señor, las obras de nuestras manos” (Sal. 89.17).

“No soy más que un pobre criado, he hecho lo que tenía que hacer (Lc. 17.10).