El miedo a la entrega

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

    Caía la noche. El sendero se internaba en el bosque, más negro que la noche. Yo estaba solo, desarmado. Tenía miedo de avanzar, miedo de retroceder, miedo del ruido de mis pasos, miedo de dormirme en esa doble noche. 

   Oí crujidos en el bosque, y tuve miedo. Vi brillar entre los troncos ojos de animales, y tuve miedo. Después no vi nada, y tuve miedo más miedo que nunca. Por fin salió de la sombra una sombra que me cerró el paso...  “¡Vamos! ¡Pronto! ¡La bolsa o la vida!” 

   Yo me sentí casi consolado por esa voz humana, porque al principio había creído encontrar a un fantasma o a un demonio. 

   Me dijo: “Si te defiendes para salvar tu vida, primero te quitaré la vida y después la bolsa. Pero si me das tu bolsa solamente para salvar la vida, primero te quitaré la bolsa y después la vida” 

  Mi corazón enloqueció; mi espíritu se rebeló. 

   Perdido por perdido, mi corazón se entregó. 

   Caí de rodillas y exclamé: “Señor, toma todo lo que tengo y todo lo que soy”. 

   De pronto me abandonó el miedo y levanté los ojos. Ante mí todo era luz, En ella el bosque resplandecía. 

Lanza del Vasto 

   En la noche, el miedo es señor del bosque, de los cementerios, de aquellos que sufren de soledad, de aquellos que tienen su corazón apegado a mucho o poco y tienen miedo a perder lo que más quieren. Y el miedo avanza a medida que la amenaza se hace más presente. 

   Todo cambia en la vida, ¿por qué la persona se resiste al cambio? No cambiamos, no deseamos dejar lo que tenemos por miedo a la inseguridad que nos da lo desconocido. Hay muchas frases que nos ponen de manifiesto lo que sentimos: 

   ¿Y si fracaso?

   ¿Qué van a pensar los otros?

   Es demasiado difícil hacerlo.

   Podría hacerme daño.

   Podría costarme mucho dinero.

   Yo no puedo; no sirvo para eso… 

   Santa Teresa no tenía miedo a casi nada. Cuando se tiene a Dios ¿por qué temer al demonio? Más miedo tenía la Santa de Ávila de los que temían al demonio. No comprendía por qué tenían miedo los que comenzaban el camino de la oración: “es cosa dañosa ir con miedos en el camino de la oración” (Camino de Perfección 22.3). 

   Sin embargo la Santa tenía miedo de que fueran ilusione todas las mercedes que recibía de Dios. Ella, amante de la verdad, tenía terror a ser engañada. Miedo tenía también a “asirse” a apegarse a las cosas de la tierra y olvidarse de las del cielo. Vivir apegado a lo que se tiene, es caminar siempre bajo la terrible amenaza de la guadaña de quedarse sin nada. 

   Quien se deja iluminar por la Verdad, por Jesús, no tiene miedo a perder los bienes, pues su único Bien es El, ni a perder la vida, pues la Vida es El. Tampoco tiene miedo a caminar, pues El ilumina todos los rincones del bosque y denuncia toda mentira y engaño.