La búsqueda del otro

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

Sitio del Padre

 

 

Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. 

   Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces. 

   “¿Quién eres tú?, le preguntó al mar la muñeca de sal. 

   Con una sonrisa, el mar le respondió: “Entra y compruébalo tú misma” 

   Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose hasta que apenas quedó nada de ella. Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada: “¡Ahora ya sé quien soy!” 

Anthony de Mello 

 

   Jesús recorrió miles de kilómetros buscando a sus discípulos, a los pobres, a los pecadores, a los enfermos, a los desamparados…A su vez, la muchedumbre, Zaqueo, la Samaritana, “todos” le buscaban a él, porque le necesitaban. 

   Hoy, también hay muchos buscadores de Dios, que como la muñeca de sal, van por todos los caminos gritando: “queremos ver a Jesús”. Pero quizá la gente de hoy no lo encuentre, porque va demasiado deprisa. En esta carrera alocada, no piensa en grandes ideales, en orar, en rastrear con paciencia y perseverancia la huella de Dios, en adentrarse en El, en dejarse empapar totalmente y desaparecer… 

   Necesitamos de aquellas personas que, habiéndose encontrado con Dios, vuelvan con el rostro radiante de alegría, fortaleza y divinidad, como el de Moisés cuando bajó del Sinaí. 

   San Juan de la Cruz dice que para salir en búsqueda de Dios, hay que tener grandes deseos, estar bien motivado y tener mucho amor, porque el amor es lo que pone en movimiento toda la vida y lo que da sentido a cada acción humana. 

   ¿Dónde está Dios, dónde está tu Dios? Muchos le buscan fuera, y no le encuentran, porque está dentro. Nuestro Dios es un Dios cercano, muy presente en nuestras vidas. 

   El descubrir a Dios escondido dentro de nosotros mismos, nos lleva a reconocerlo, escondido o disfrazado, en los otros. La persona humana es el libro abierto de Dios. 

   “Mi alma tiene sed del Dios vivo” (Salm 42.2), del Dios de la luz y del silencio, de la música y del aire fresco.

 

Oh Dios mío, mi luz y mi todo,

alumbra mi corazón y mi destino.

Haz que te busque

en soledad y silencio.

Que detrás de cada roca

palpe tu fuerza y tu aliento

y al abrir la ventana perciba

el olor de tu paso y tu beso.

Oh Dios mío, mi luz y mi todo,

que cuidas mi despertar y mi sueño,

haz que viva al abrigo en tu casa

hasta que arribe el tan anhelado puerto.