«El Padre era el que más lloraba»

Autor: Charles Péguy

 

 

Yo soy tu Padre, dice Dios, el del «Padre nuestro
que estás en los cielos».
Mi Hijo se lo ha dicho a los hombres: que Yo soy su Padre.
El que es padre es padre ante todo,
y el que una vez ha sido padre
ya no puede ser nunca más que padre.
De modo que los hombres son los hermanos de mi Hijo,
mis hijos, y yo soy su Padre.
Bien sabía mi Hijo Jesús lo que hacía al enseñarles a rezar así,
bien sabía lo que hacía Él, que les amó tanto
que vivió con ellos, como uno de ellos,
que andaba con ellos y hablaba como ellos
y sufría como ellos y murió como ellos,
y se trajo al cielo un cierto sabor a hombre,
un cierto sabor a tierra.
Dichoso el que se duerme en su cama bajo la protección
de esas palabras que van por delante de toda oración
como las manos del que reza van por delante de su rostro,
y que me vencen a mí, el Invencible.
¿Cómo querrán que les juzgue Yo ahora después de eso?
¡Bien sabía mi Hijo Jesús lo que había de hacer
para atar los brazos de mi justicia
y desatar los de mi misericordia!
Así que ya no tengo más remedio que
juzgar a los hombres como juzga un
padre a sus hijos;
y... ya se sabe cómo juzgan los padres:
hay un ejemplo bien conocido
de cómo juzgó un padre
al hijo pródigo que se marchó de casa y luego volvió:
el padre era el que más lloraba.
Lo que ha ido a contarles mi Hijo a los hombres,
lo que en realidad les ha revelado
es el secreto mismo de Dios, el secreto mismo del juicio.