El Cristo de la Edad Media

Autor:  Padre Justo López Melús

 

 

San Francisco de Asís sólo tuvo una pasión absorbente en su vida: reproducir en todo lo posible la vida de Jesucristo, vivir en plenitud el Evangelio. «La suprema aspiración, el más vehemente deseo y el más eficaz propósito de nuestro bienaventurado Francisco era guardar en todo y por todo el Santo Evangelio, y seguir e imitar con toda perfección y solícita vigilancia los pasos y doctrinas de Jesucristo Nuestro Señor» (Celano).

El pueblo le llamó «otro Cristo, el Caballero de Cristo, el Cristo de la Edad Media». Lope de Vega lo apellida «Alférez y Lugarteniente de Cristo». Según Vázquez de Mella, fue «un ángel robado al cielo por la fe de la Edad Media». Para Isabel la Católica fue «Patriarca de los pobres y Alférez maravilloso de Nuestro Señor Jesucristo, Padre otrosí mío y muy amado y especial Abogado». Fue un verdadero Oriente que nos sigue iluminando con su luz.

Según una leyenda, para darle a luz su madre, Mona Pica, hubo de retirarse a un establo fuera de la ciudad. Al morir Francisco, quiso repetir los gestos de Jesús en una cena con sus discípulos. Desde su conversión se decidió a abrazar la vida evangélica al pie de la letra, y a seguir en todo los pasos del Señor. Cristo, dicen las Florecillas, prometió renovar su vida y pasión en su hijo predilecto Francisco.

Ya sólo le faltaban las llagas para parecerse más a su Señor. Desde que las recibe en el monte Alvernia «fue Cristo alma de Francisco y Francisco cuerpo de Cristo» (Fray Juan de los Ángeles). El hermano de Asís iba derramando gracia de Dios por sus cinco llagas. Era el pobre de las cinco rosas, pródigo de amor.