Carta a mi ángel de la guarda

Autor:  Jean Guitton

 

 

Cuando alguien, con palabras simples, despierta en mí una emoción imprevista, dulce, un tanto melancólica pero luminosa, que me hace tomar consciencia de mi destino; cuando experimento el deseo de ser precisamente el que soy, me digo que frente a mí ha pasado un ángel.

La visita de ese ángel está llena de humorismo y de amor; es sorprendente, crepuscular, semejante a aquella del viajero desconocido que conversaba con los peregrinos de Emaús y que se hizo reconocer sólo desapareciendo.

Hace mucho, en el catecismo, se me decía que tenía yo un ángel guardián. Y viví durante mucho tiempo con la impresión de que un hábil y benévolo protector me cubría con sus alas. Las alas han sido cambiadas pero existen todavía. Las siento tocarme. ¿Quién eres? ¿Un hombre? ¿Una mujer? No lo sé. La imagen que tengo de ti es la del andrógino de Leonardo; eres la imagen de aquellos seres a los que nunca dejé de pintar y que son contemporáneamente hombre y mujer.

Te imagino doble. Hecho de dulzura y vigor, como el ángel que abatió a Jacob pintado por Delacroix. Tus alas son inmensas; tus cabellos, rayos de luz; tu rostro resplandeciente es luz venida de la luz. En ti no veo ni brazos ni manos: eres una llama. Y sonríes siempre. Cuando los escultores te han representado en la piedra te han dado la sonrisa, que parece ser tu único lenguaje.

¡Cuántos poetas te han cantado! Vigny, Lamartine, Claudel. Entre ellos, también Mallarmé y su discípulo Valéry, a quien Degas llamaba «Angel». Todos aquellos que han querido crear un mundo nuevo que uniera el espíritu a la literatura se han inspirado en ti, el Silencioso, el Eterno. 

Cuando pienso en mi pasado buscando las fisuras por cuales se ha filtrado la felicidad, evoco aquellos encuentros. Mi vida es una constelación de encuentros con seres hallados por casualidad. Has sido tú, me imagino, ángel verdaderamente custodio, quien provocó los imponderables que han tejido mi destino. Eres el visitante inesperado que viene a anunciar una alegría. Como el ángel Gabriel, que visitando a María la saludaba llamándola «llena de gracia», proyectándose en ella y acogiéndola en sí.

¡Oh ángel, que anuncias la impensada felicidad! ¡Oh ángel de la agonía, que consuelas a Cristo en su pasión, que eres testigo de su sufrimiento y de su sudor de sangre! ¡Oh ángel que sonríes aun en escultura, ángel de Reims, ángel de Marthuret en Riom, ciudad de mi madre, ángel que haces sonreír también a las piedras!

¡Oh ángel, no me olvides en mi última hora!

A veces me ocurre pensar que los seres impalpables que atraviesan nuestras noches y que son llamados «extraterrestres» no son otra cosa que ángeles en la tierra... Y cuando observo los astros en el cielo estrellado, imagino miríadas de ángeles. Entonces me duele sentirte solitario.

¿Eres único? ¿Eres múltiple? ¿Cuántos ángeles hay? Tiendo a creer que los ángeles son un pequeño ejército. La liturgia me obliga a imaginar tales miríadas de ángeles: Querubines, Serafines, Tronos, Dominaciones...

Así describe a los ángeles Catalina de Génova: «Rostros bellos, alegres, con ojos tan puros y tan limpios, que no podía dejar de sonreír».

Cuando dudaba de tu existencia, el colega Etienne Souriau, profesor de estética en la Sorbona, me ha dicho: «Es su fe cristiana la que lo hace creer en los ángeles. Debería usar también la razón». Es precisamente a través de la razón que he concluido que los ángeles existen.

He buscado (además de en los símbolos, la liturgia, la poesía, las creencias y los gestos) el sentido, la idea, el significado último.

Y creo que en todo continente, en cada nación, en cada provincia, en cada vida, en cada destino individual, quizá también en cada hora que pasa, existe un ángel.

Busco la palabra menos inexacta para definir la función del ángel. No encuentro otra que ésta: cuidar. Es la función que te asigna la fe. El ángel custodio.

Los lectores de mis libros saben que busco incesantemente discernir, definir lo que hay de Eternidad en el tiempo (como han hecho Spinoza y tantos otros), pero, todavía más (cosa ya rara), cómo subsiste el tiempo en la eternidad...

Será fácil entender que mi pensamiento haya saludado al ángel como «agente de conexión» entre dos reinos, el del cielo y el de la tierra.

Te imagino siempre dispuesto a agregar, a reconciliar, a llevar mensajes, a unir —como decía Marthe Robin— «con el eterno amor y en la unión».

Oh ángel, cuídame.



Fuente: elobservadorenlinea.com