Fariseo moderno

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Caminando con firmeza, muy consciente de que el piso de aquel templo había sido su personal donación, el hombre se acercó a la balaus­trada del altar y agradeció a Dios por todos los bienes que había recibi­do, pero a su vez, para recordarle todo lo que él había generosamente da­do a cambio.

El era bueno, pertenecía a todas las asociaciones piadosas y de beneficencia que patrocinaba su iglesia, era fiel y había inculcado en sus hijos el temor e Dios y daba limosnas muy por encima de lo que daban los demás, aparte de asistir a cuanto retiro y taller de oración le ofrecían. No era como los otros, pobres ignorantes que sólo iban a pedir y de los cua­les estaba el templo lleno y era su privilegio ser diferente, por lo cual es­taba tan agradecido como orgulloso.

Su error fue pensar que ya con ello estaba justificado. La verdad era que creía en Dios, pero nunca le creyó a Dios, por ejemplo en cosas tan simples como la justicia y la humildad. Y por ello era incapaz de escu­char aquellas palabras sentenciosas y graves del Maestro: "Todo el que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado Y que, precisamente por eso, sólo los mansos y los humildes de corazón poseerían la tierra. Al menos así lo dice el Libro Santo.